Lengua Castellana. 6º Pr. Unidad 10. Colegio Peñafort

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6th Grade

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Lengua Castellana. 6º Pr. Unidad 10. Colegio Peñafort

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1.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Los cuentos de humor

Algunos cuentos pueden provocarnos más de una carcajada: son los cuentos de humor. Cualquier tema, por muy serio que parezca, puede ser tratado con hu- mor. Algunas veces, lo que nos hace reír en estos cuentos es la idea disparatada en la que se basan; otras veces, es el comportamiento de los personajes o, simplemente, su forma de hablar o su nombre. Aunque los recursos que utilizan los escritores son variados, todos pretenden que pasemos un rato divertido leyendo.

Texto correcto

Texto incorrecto

2.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Gianni Rodari (1920-1980). Escritor, periodista y pedagogo italiano, este famoso autor empezó a escribir para niños en 1950 y pronto se especializó en literatura infantil.

Ha publicado más de veinte libros en los que combina magistralmente el umor y la imaginación con una visión irónica del mundo actual. Sus cuentos se han traducido a muchos idiomas y son conocidos en todo el mundo.

Algunos de sus títulos más famosos son Cuentos por teléfono, Cuentos escritos a máquina y Cuentos para jugar.

En 1970, Rodari recibió por toda su obra el galardón más importante de la literatura infantil: el Premio Hans Christian Andersen.

Texto correcto

Texto incorrecto

3.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Lluvia de sombreros

Una mañana, en Milán, el contable Bianchini iba al banco enviado por su empresa. Era un día precioso con sol, algo increíble en el mes de noviembre. El contable Bianchini estaba contento, y al andar con paso ligero canturreaba para sus adentros.

De repente, se olvidó de cantar, se olvidó de andar y se quedó allí, con la boca abierta, mirando al cielo, hasta que un transeúnte se le echó encima y le cantó las cuarenta:

–¡Eh, usted!, ¿es que se dedica a ir por ahí contemplando las nubes? ¿No puede mirar por dónde anda?

–Pero si no ando, estoy quieto... Mire.

–¿Mirar qué? Yo no puedo andar perdiendo el tiempo. ¿Mirar dónde? ¿Eh? ¡Oh! ¡La marimorena!

–¿Lo ve? –preguntó el contable–. ¿Qué le parece?

–Pero eso son... ¡son sombreros!

En efecto, del cielo azul caía una lluvia de sombreros. No un único

sombrero, que podía haber sido arrastrado por el viento. Ni tampoco dos sombreros, que podían haberse caído de una ventana. Eran cien, mil, diez mil sombreros los que, ondeando, descendían del cielo. Sombreros de hombre, sombreros de mujer, sombreros con plumas, con flores, gorras de visera, de piel, boinas, chapelas, gorros de esquiar...

Junto al contable Bianchini y a aquel otro señor, se pararon a mirar al cielo muchas otras personas.

–¡Qué maravilla! ¡Parece imposible! –decían.

–¿Será para anunciar magdalenas? –preguntaba uno–. ¿O para hacer propaganda del turrón?

–Desde luego, usted no piensa más que en cosas que llevarse a la boca. Los sombreros no son comestibles.

–Entonces, ¿son de verdad sombreros?

–No, ¡si le parece son timbres de bicicleta!

–Desde luego, parecen sombreros. Pero ¿serán sombreros para ponerse en la cabeza?

–Perdone, ¿dónde se coloca usted el sombrero? ¿En la nariz? Mientras continuaban las discusiones, los sombreros caían al suelo, sobre los coches... y la gente los recogía y se los probaba. –Este es demasiado ancho.

–Pruébese este, contable Bianchini.

–Pero ese es de mujer.

–Pues se lo lleva a su mujer, ¿no? O démelo a mí, que le viene bien a mi abuela.

–Pero también le vale a la hermana de mi cuñado.

–Este lo he cogido yo.

Había gente que salía corriendo con tres o cuatro sombreros, uno

para cada miembro de su familia. Y cuantos más recogía la gente, más caían del cielo. El contable Bianchini ya tenía diecisiete entre los brazos y no se decidía a seguir su camino.

–No todos los días hay una lluvia de sombreros, hay que aprovechar la ocasión. Uno se aprovisiona para toda la vida, como a mi edad la cabeza ya no crece...

Y los sombreros llovían y llovían... Uno cayó justo encima de la cabeza del guardia (que ya no dirigía el tráfico; total, los sombreros se iban donde querían): era una gorra de general y todos dijeron que era una buena señal y que pronto ascenderían al guardia.

Unas horas después, en el aeropuerto de Frankfurt, aterrizaba un gigantesco avión que venía de Italia y que había dado la vuelta al mundo cargado con toda clase de sombreros para ser expuestos en la Feria Internacional del Sombrero.

El alcalde de Frankfurt había ido a recibir la preciosa carga. Una banda municipal entonó el himno

¡Oh, tú, sombrero protector de las cabezas de valor!

Como es natural, el himno se interrumpió cuando se descubrió que los únicos sombreros que quedaban en el avión eran los del comandante y los de los otros miembros de la tripulación.

Por supuesto, la Feria Internacional tuvo que postergarse sin fecha establecida. ¡Ah! Y el piloto que había dejado caer los sombreros sobre Milán por error fue severamente amonestado y condenado a volar sin gorra durante los siguientes seis meses.

¿Cuáles de estas palabras podrían aparecer también en el texto?

Chistera, fez, pamela, bombín.

Tupé, chilaba

4.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Lluvia de sombreros

Una mañana, en Milán, el contable Bianchini iba al banco enviado por su empresa. Era un día precioso con sol, algo increíble en el mes de noviembre. El contable Bianchini estaba contento, y al andar con paso ligero canturreaba para sus adentros.

De repente, se olvidó de cantar, se olvidó de andar y se quedó allí, con la boca abierta, mirando al cielo, hasta que un transeúnte se le echó encima y le cantó las cuarenta:

–¡Eh, usted!, ¿es que se dedica a ir por ahí contemplando las nubes? ¿No puede mirar por dónde anda?

–Pero si no ando, estoy quieto... Mire.

–¿Mirar qué? Yo no puedo andar perdiendo el tiempo. ¿Mirar dónde? ¿Eh? ¡Oh! ¡La marimorena!

–¿Lo ve? –preguntó el contable–. ¿Qué le parece?

–Pero eso son... ¡son sombreros!

En efecto, del cielo azul caía una lluvia de sombreros. No un único

sombrero, que podía haber sido arrastrado por el viento. Ni tampoco dos sombreros, que podían haberse caído de una ventana. Eran cien, mil, diez mil sombreros los que, ondeando, descendían del cielo. Sombreros de hombre, sombreros de mujer, sombreros con plumas, con flores, gorras de visera, de piel, boinas, chapelas, gorros de esquiar...

Junto al contable Bianchini y a aquel otro señor, se pararon a mirar al cielo muchas otras personas.

–¡Qué maravilla! ¡Parece imposible! –decían.

–¿Será para anunciar magdalenas? –preguntaba uno–. ¿O para hacer propaganda del turrón?

–Desde luego, usted no piensa más que en cosas que llevarse a la boca. Los sombreros no son comestibles.

–Entonces, ¿son de verdad sombreros?

–No, ¡si le parece son timbres de bicicleta!

–Desde luego, parecen sombreros. Pero ¿serán sombreros para ponerse en la cabeza?

–Perdone, ¿dónde se coloca usted el sombrero? ¿En la nariz? Mientras continuaban las discusiones, los sombreros caían al suelo, sobre los coches... y la gente los recogía y se los probaba. –Este es demasiado ancho.

–Pruébese este, contable Bianchini.

–Pero ese es de mujer.

–Pues se lo lleva a su mujer, ¿no? O démelo a mí, que le viene bien a mi abuela.

–Pero también le vale a la hermana de mi cuñado.

–Este lo he cogido yo.

Había gente que salía corriendo con tres o cuatro sombreros, uno

para cada miembro de su familia. Y cuantos más recogía la gente, más caían del cielo. El contable Bianchini ya tenía diecisiete entre los brazos y no se decidía a seguir su camino.

–No todos los días hay una lluvia de sombreros, hay que aprovechar la ocasión. Uno se aprovisiona para toda la vida, como a mi edad la cabeza ya no crece...

Y los sombreros llovían y llovían... Uno cayó justo encima de la cabeza del guardia (que ya no dirigía el tráfico; total, los sombreros se iban donde querían): era una gorra de general y todos dijeron que era una buena señal y que pronto ascenderían al guardia.

Unas horas después, en el aeropuerto de Frankfurt, aterrizaba un gigantesco avión que venía de Italia y que había dado la vuelta al mundo cargado con toda clase de sombreros para ser expuestos en la Feria Internacional del Sombrero.

El alcalde de Frankfurt había ido a recibir la preciosa carga. Una banda municipal entonó el himno

¡Oh, tú, sombrero protector de las cabezas de valor!

Como es natural, el himno se interrumpió cuando se descubrió que los únicos sombreros que quedaban en el avión eran los del comandante y los de los otros miembros de la tripulación.

Por supuesto, la Feria Internacional tuvo que postergarse sin fecha establecida. ¡Ah! Y el piloto que había dejado caer los sombreros sobre Milán por error fue severamente amonestado y condenado a volar sin gorra durante los siguientes seis meses.

¿A qué se dedica el único personaje con nombre de esta historia?

Es contable de una empresa.

Es maestro de un colegio.

El fontanero

Es carpintero

5.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Lluvia de sombreros

Una mañana, en Milán, el contable Bianchini iba al banco enviado por su empresa. Era un día precioso con sol, algo increíble en el mes de noviembre. El contable Bianchini estaba contento, y al andar con paso ligero canturreaba para sus adentros.

De repente, se olvidó de cantar, se olvidó de andar y se quedó allí, con la boca abierta, mirando al cielo, hasta que un transeúnte se le echó encima y le cantó las cuarenta:

–¡Eh, usted!, ¿es que se dedica a ir por ahí contemplando las nubes? ¿No puede mirar por dónde anda?

–Pero si no ando, estoy quieto... Mire.

–¿Mirar qué? Yo no puedo andar perdiendo el tiempo. ¿Mirar dónde? ¿Eh? ¡Oh! ¡La marimorena!

–¿Lo ve? –preguntó el contable–. ¿Qué le parece?

–Pero eso son... ¡son sombreros!

En efecto, del cielo azul caía una lluvia de sombreros. No un único

sombrero, que podía haber sido arrastrado por el viento. Ni tampoco dos sombreros, que podían haberse caído de una ventana. Eran cien, mil, diez mil sombreros los que, ondeando, descendían del cielo. Sombreros de hombre, sombreros de mujer, sombreros con plumas, con flores, gorras de visera, de piel, boinas, chapelas, gorros de esquiar...

Junto al contable Bianchini y a aquel otro señor, se pararon a mirar al cielo muchas otras personas.

–¡Qué maravilla! ¡Parece imposible! –decían.

–¿Será para anunciar magdalenas? –preguntaba uno–. ¿O para hacer propaganda del turrón?

–Desde luego, usted no piensa más que en cosas que llevarse a la boca. Los sombreros no son comestibles.

–Entonces, ¿son de verdad sombreros?

–No, ¡si le parece son timbres de bicicleta!

–Desde luego, parecen sombreros. Pero ¿serán sombreros para ponerse en la cabeza?

–Perdone, ¿dónde se coloca usted el sombrero? ¿En la nariz? Mientras continuaban las discusiones, los sombreros caían al suelo, sobre los coches... y la gente los recogía y se los probaba. –Este es demasiado ancho.

–Pruébese este, contable Bianchini.

–Pero ese es de mujer.

–Pues se lo lleva a su mujer, ¿no? O démelo a mí, que le viene bien a mi abuela.

–Pero también le vale a la hermana de mi cuñado.

–Este lo he cogido yo.

Había gente que salía corriendo con tres o cuatro sombreros, uno

para cada miembro de su familia. Y cuantos más recogía la gente, más caían del cielo. El contable Bianchini ya tenía diecisiete entre los brazos y no se decidía a seguir su camino.

–No todos los días hay una lluvia de sombreros, hay que aprovechar la ocasión. Uno se aprovisiona para toda la vida, como a mi edad la cabeza ya no crece...

Y los sombreros llovían y llovían... Uno cayó justo encima de la cabeza del guardia (que ya no dirigía el tráfico; total, los sombreros se iban donde querían): era una gorra de general y todos dijeron que era una buena señal y que pronto ascenderían al guardia.

Unas horas después, en el aeropuerto de Frankfurt, aterrizaba un gigantesco avión que venía de Italia y que había dado la vuelta al mundo cargado con toda clase de sombreros para ser expuestos en la Feria Internacional del Sombrero.

El alcalde de Frankfurt había ido a recibir la preciosa carga. Una banda municipal entonó el himno

¡Oh, tú, sombrero protector de las cabezas de valor!

Como es natural, el himno se interrumpió cuando se descubrió que los únicos sombreros que quedaban en el avión eran los del comandante y los de los otros miembros de la tripulación.

Por supuesto, la Feria Internacional tuvo que postergarse sin fecha establecida. ¡Ah! Y el piloto que había dejado caer los sombreros sobre Milán por error fue severamente amonestado y condenado a volar sin gorra durante los siguientes seis meses.

¿Cuántos sombreros llegó a coger el único personaje con nombre de esta historia?

17

18

16

19

6.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Lluvia de sombreros

Una mañana, en Milán, el contable Bianchini iba al banco enviado por su empresa. Era un día precioso con sol, algo increíble en el mes de noviembre. El contable Bianchini estaba contento, y al andar con paso ligero canturreaba para sus adentros.

De repente, se olvidó de cantar, se olvidó de andar y se quedó allí, con la boca abierta, mirando al cielo, hasta que un transeúnte se le echó encima y le cantó las cuarenta:

–¡Eh, usted!, ¿es que se dedica a ir por ahí contemplando las nubes? ¿No puede mirar por dónde anda?

–Pero si no ando, estoy quieto... Mire.

–¿Mirar qué? Yo no puedo andar perdiendo el tiempo. ¿Mirar dónde? ¿Eh? ¡Oh! ¡La marimorena!

–¿Lo ve? –preguntó el contable–. ¿Qué le parece?

–Pero eso son... ¡son sombreros!

En efecto, del cielo azul caía una lluvia de sombreros. No un único

sombrero, que podía haber sido arrastrado por el viento. Ni tampoco dos sombreros, que podían haberse caído de una ventana. Eran cien, mil, diez mil sombreros los que, ondeando, descendían del cielo. Sombreros de hombre, sombreros de mujer, sombreros con plumas, con flores, gorras de visera, de piel, boinas, chapelas, gorros de esquiar...

Junto al contable Bianchini y a aquel otro señor, se pararon a mirar al cielo muchas otras personas.

–¡Qué maravilla! ¡Parece imposible! –decían.

–¿Será para anunciar magdalenas? –preguntaba uno–. ¿O para hacer propaganda del turrón?

–Desde luego, usted no piensa más que en cosas que llevarse a la boca. Los sombreros no son comestibles.

–Entonces, ¿son de verdad sombreros?

–No, ¡si le parece son timbres de bicicleta!

–Desde luego, parecen sombreros. Pero ¿serán sombreros para ponerse en la cabeza?

–Perdone, ¿dónde se coloca usted el sombrero? ¿En la nariz? Mientras continuaban las discusiones, los sombreros caían al suelo, sobre los coches... y la gente los recogía y se los probaba. –Este es demasiado ancho.

–Pruébese este, contable Bianchini.

–Pero ese es de mujer.

–Pues se lo lleva a su mujer, ¿no? O démelo a mí, que le viene bien a mi abuela.

–Pero también le vale a la hermana de mi cuñado.

–Este lo he cogido yo.

Había gente que salía corriendo con tres o cuatro sombreros, uno

para cada miembro de su familia. Y cuantos más recogía la gente, más caían del cielo. El contable Bianchini ya tenía diecisiete entre los brazos y no se decidía a seguir su camino.

–No todos los días hay una lluvia de sombreros, hay que aprovechar la ocasión. Uno se aprovisiona para toda la vida, como a mi edad la cabeza ya no crece...

Y los sombreros llovían y llovían... Uno cayó justo encima de la cabeza del guardia (que ya no dirigía el tráfico; total, los sombreros se iban donde querían): era una gorra de general y todos dijeron que era una buena señal y que pronto ascenderían al guardia.

Unas horas después, en el aeropuerto de Frankfurt, aterrizaba un gigantesco avión que venía de Italia y que había dado la vuelta al mundo cargado con toda clase de sombreros para ser expuestos en la Feria Internacional del Sombrero.

El alcalde de Frankfurt había ido a recibir la preciosa carga. Una banda municipal entonó el himno

¡Oh, tú, sombrero protector de las cabezas de valor!

Como es natural, el himno se interrumpió cuando se descubrió que los únicos sombreros que quedaban en el avión eran los del comandante y los de los otros miembros de la tripulación.

Por supuesto, la Feria Internacional tuvo que postergarse sin fecha establecida. ¡Ah! Y el piloto que había dejado caer los sombreros sobre Milán por error fue severamente amonestado y condenado a volar sin gorra durante los siguientes seis meses.

¿Cuándo transcurre la acción del cuento?

En el mes de noviembre

En el mes de febrero

En el mes de junio

En el mes de marzo

7.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

Marca la opción correcta

Las palabras tabú son aquellas que evitamos usar porque son malsonantes o pueden ser ofensivas. En su lugar, empleamos otras palabras o expresiones llamadas eufemismos.

Los eufemismos son aquellas que evitamos usar porque son malsonantes o pueden ser ofensivas. En su lugar, empleamos otras palabras o expresiones llamadas tabú.

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