Una mañana, Juliana se acercó a la mesa del maestro mientras sus compañeros trabajaban. Tenía la misma edad que los otros pero les pasaba unos quince centímetros: ya era una pequeña señorita.
–¿Sí? -dijo el maestro.
-Oliverio se pasa siempre la mano por detrás de la cabeza - dijo Juliana en voz baja-.
Hace eso cada vez que tiene que hacer un ejercicio o una operación.
-¿Y qué? -dijo el maestro.
- Debajo del cabello está lleno de botones de todos los colores.
-¿Y? -repitió el maestro.
-Se pasa la mano por la nuca para manipular los botones - dijo Juliana.
El maestro sonrió y finalmente contestó:
-Cuando un gato se pasa la pata por detrás de la oreja, se dice que va a llover. Pero, ¿acaso puede pretenderse que sea el gato el que hace caer la lluvia?
-No sé -agregó Juliana-. Pero le vi tocar esos botones.
- ¿Y?
-Y...a lo mejor es un robot.
-Sí, y yo soy un marciano -dijo el maestro estallando en una carcajada.
Juliana seguía esperando dignamente: se daba cuenta de que el maestro se burlaba de ella. Insistió:
-Tiene botones de todos los colores, y algunos llevan cifras escritas. ¿Para qué sirven?
El maestro levantó los ojos y miró a Oliverio, que estaba en su lugar trabajando.
Era un niño aplicado. Cada cierto tiempo, es verdad, se pasaba la mano por la nuca. Una especie de tic, por cierto, que le ayudaba a pensar, como otros dan vuelta siete veces
a la lengua en la boca antes de hablar.El maestro suspiró y se levantó:
-Bueno -dijo para tranquilizar a Juliana-, voy a echar una ojeada.
Caminó entre los pupitres. Pasó al lado de Oliverio, y luego se dio la vuelta para examinarlo discretamente. ¡Era verdad!
Debajo del cabello se veía una placa un poco más grande que un sello y que se parecía a una calculadora electrónica. El maestro estaba estupefacto.
-¿Ha visto? -dijo Juliana.
-Oliverio -preguntó el maestro-, ¿para qué te sirven esos botones multicolores?
Antes de contestar, Oliverio se pasó la mano por la nuca. Luego declaró con mucha calma:
-Los botones rojos me sirven para desplazarme. Los botones verdes me sirven para comer, beber, digerir. Los azules me sirven para dormir. Los negros para orientarme.
Los amarillos para reflexionar. Los violetas para comprender los lenguajes de los hombres y para responder. Los blancos regulan mi temperatura. Los marrones me sirven para querer a la gente o detestarla. Las cifras me sirven para programar la intensidad, por ejemplo si quiero desplazarme rápidamente o no, o si deseo querer
mucho a alguien o un poco solamente.
Toda la clase había dejado de trabajar para escucharlo.
-Pero -dijo el maestro- ¡es ...imposible! ¡Veamos!
Un robot no podría hablar, leer, jugar. Un robot dejaría oír chirridos de chatarra. Se desplazaría mecánicamente, ¡rígido!, como un autómata. ¡Se verían parpadear sus ojos! ¡Vamos! Oliverio se pasó la mano por la nuca y en seguida
se puso a reír:
-Soy un robot más moderno.
-Pero... ¿Por qué vienes... ehhh... viene -el maestro ya no sabía si debía tutear al robot o tratarlo de usted- a la escuela?
-Porque soy demasiado perfecto -respondió Oliverio.
Los alumnos y alumnas abrieron tanto la boca que en ellas hubiera podido meterse pelotas de tenis. Se había acercado sin decir palabra.
-¿Demasiado perfecto? -le preguntó desconcertado el maestro.
-Sí -contestó Oliverio-. Puedo contestar todas las preguntas, aun las más difíciles.
Puedo hablar todas las lenguas, comprender todos los oficios. Puedo batir récords de velocidad, levantar su escritorio y el mío yo sólo...Puedo saltar desde el segundo piso al patio sin hacerme daño. Puedo hacerlo todo. Yo lo hago todo a la perfección. ¡Un niño verdadero no es perfecto!
-¿Tú eres un niño verdadero? -murmuró el maestro.
-Soy parecido -dijo Oliverio-. Pero no tengo imaginación. Quiero aprender a tenerla, quiero convertirme en un verdadero niño.
En la clase todos estaban callados. El maestro se sentía confundido:
-Me pregunto -murmuró, se calló unos segundos y luego continuó-: no creo que la ley autorice a un robot a venir n la escuela...
Oliverio se pasó la mano por la nuca:
-Quisiera quedarme -dijo-. Me gusta la clase, el maestro, me gustan mis compañeros. Quiero llegar a ser como los otros... iEsto le gustaría tanto a mi papá!... Comprenda,
fabricó un robot antes que o mí, hace mucho tiempo; era un robot de madera, con una nariz larga, que no estaba perfeccionando.
-De madera -dijo el maestro empezando a sospechar -. Tenía una nariz muy larga. Eso me recuerda una vieja historia. ¿Cómo se llama tu papá?
- Geppetto -dijo el robot.
La clase lanzó una exclamación:
-iGeppetto! Pero, entonces...
-Tú eres Pinocho -dijo Juliana.
- No. Soy su hermano. Me llamo Oliverio. Quisiera convertirme en un niño. ¿Aceptaríais tenerme con vosotros?
El robot se quedó en la escuela. Aprendió a tener imaginación y se convirtió en un verdadero niño malicioso y amable, que cometía errores como todo el mundo. Además
perdió sus botones; la clase se había comprometido a guardar el secreto y mantuvo su palabra. Y la prueba es que sin mí no habrías sabido nada de esta historia.
Yak Riujais: ¡Imposible! Ed. Destino.