COMPRENSIÓN DE LECTURA 7°

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COMPRENSIÓN DE LECTURA 7°

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alejandra estrada

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1.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

LOS MUDOS

Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.


«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».


Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.


Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.


Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.


En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.


Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.

1. Ariel es originario de

una gran isla, referida por ilustres geógrafos.

un reino distante situado en el hemisferio sur.

una isla fantástica, existente en el universo poético.

un reino muy lejano adonde había sido desterrado.

2.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

LOS MUDOS

Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.

«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».

Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.

Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.

Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.

En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.

Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.


Ariel es considerado un gran maestro ya que sus lecciones son

A. tan fascinantes y sabias que dejan una huella imborrable en quien las escucha.

B. tan didácticas que todos entienden con facilidad el tema tratado en cada clase.

C. tan coloquiales que los alumnos se familiarizan rápidamente con su metodología.

D. tan tediosas que ninguno de sus alumnos se atreve a ingresar a la siguiente clase.

3.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

LOS MUDOS

Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.

«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».

Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.

Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.

Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.

En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.

Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.

3. En la expresión: «Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas», se evidencia

A. una exclamación de Ariel hacia el narrador.

B. un monólogo de Ariel refiriéndose al narrador.

C. una duda que el protagonista le plantea a Ariel.

D. un pensamiento del narrador, en relación a Ariel.

4.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

LOS MUDOS

Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.

«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».

Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.

Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.

Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.

En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.

Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.

4. El narrador afirma que ha “pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso” sin

atreverse a entrar. Esta indecisión se justifica pues

A. él es consciente que no ha estudiado lo suficiente para el examen.

B. se siente temeroso que en cualquier momento el maestro lo evalúe.

C. él sabe que si entra, nunca más podrá volver a la clase de Ariel.

D. se siente avergonzado del poco nivel de conocimientos que posee.

5.

MULTIPLE CHOICE QUESTION

30 sec • 1 pt

LOS MUDOS

Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.

«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».

Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.

Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.

Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.

En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.

Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.

5. La expresión: “Finalmente, he tirado también mi dado”, expresa

A. la suerte que se jugó Ariel al ingresar a la clase del gran maestro.

B. la resolución tomada por el narrador de ingresar a la clase de Ariel.

C. el destino que los dados le revelaron al narrador cuando entró a la clase.

D. el secreto que Ariel le reveló al alumno que estaba indeciso por entrar.

6.

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Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.

«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».

Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.

Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.

Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.

En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.

Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.

6. Al final del fragmento se afirma que el maestro sacó del salón a dos hermanos. Esto ocurrió porque

A. ya se había completado el cupo de ese día.

B. se prohibía recibir familiares en la clase.

C. aquellos jóvenes se comportaban muy mal.

D. era la segunda vez que asistían a su clase.

7.

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Ha llegado a nuestra ciudad un maestro inesperado. Se llama Ariel y viene de una isla, de una de aquellas islas que los geógrafos describen y que surgen de cuando en cuando de las aguas del mar a la voz de los poetas. Dicen que, hace mucho tiempo, Ariel estaba a las órdenes de un príncipe desterrado y que de él aprendió algunas de aquellas cosas que no se pueden oír más de una vez. Tal vez por esto tiene la costumbre, que ha parecido muy extraña, de no permitir que un hombre escuche por segunda vez sus lecciones. Acoge como oyente a cualquiera que se presente, con tal que no haya ido nunca antes. Si el mismo hombre vuelve, lo hace echar y nadie puede vanagloriarse de haberlo oído hablar dos veces.

«Hoy —decía para mí—, dirá, sin duda, cosas nuevas y maravillosas, porque todos los que salen de su casa se van por las calles pensativos y transfigurados como si regresaran de algún nacimiento divino. Pero mañana, acaso, dirá cosas todavía más extraordinarias. Pero, si voy mañana, no podré escucharlo el día en que revele la más inesperada, la más tremenda doctrina. No se trata de un maestro cualquiera, que se puede escuchar cuando se quiere y seguir durante años enteros. Cada uno de sus oyentes corre un riesgo de nuevo tipo y los arrepentimientos de lo desconocido son incurables».

Durante muchos años, pues, no he ido a escuchar la palabra de Ariel. He pasado muchas horas a su puerta, indeciso, tembloroso, ansioso y temeroso al mismo tiempo. Cuando sus alumnos de un día salían de su casa, les preguntaba lo que les había dicho el maestro, pero ellos no contestaban. Me miraban como en sueños y se iban a pasos lentos e inciertos, como si se sorprendieran de encontrarse en nuestra ciudad, hecha de casas tan pesadamente sumergidas en la tierra.

Durante muchos días he vivido aquí, sin lograr vivir mi vida ordinaria, sin cuidarme de mis libros, sin besar a mi madre por la mañana y por la noche. Sin observar siquiera la aparición de las nuevas estrellas. Pero no he podido resistir más y, finalmente, he tirado también mi dado.

Ayer por la mañana, junto con muchos hombres que esperaban a su puerta, he entrado en la escuela de Ariel. Estaba en una gran sala, simple y desnuda, desde cuyas ventanas se vislumbraban hileras de columnas; estaba de pie, apoyado contra una pared, y, aunque estamos en verano, cubierto por una gran capa. Creo que la lleva para esconder las alas, porque sus ojos parecen acostumbrados a mirar siempre desde arriba, por encima de las montañas: ojos fijos, fríos, serenos, planetarios.

En cuanto hemos entrado todos nos ha mirado uno a uno y ha echado a dos jóvenes, dos hermanos, que habían estado allí otra vez ya. Habían intentado esconderse entre los demás, pero parece que su poder de reconocer las caras es milagroso. Apenas los dos han salido, ha hecho cerrar la puerta y se ha quedado durante unos instantes silencioso.

Todos estábamos de pie como él. En la habitación no se oía otro ruido que el de nuestras respiraciones expectantes. De repente, Ariel ha empezado a hablar con voz fuerte y distinta: «Hoy hablaré del hombre y de su gran miseria. Nadie de ustedes sabe cuál es la gran miseria. […]

Giovanni Papini. Tomado de El piloto ciego, Madrid, Rey Lear Editores, 2009, pp. 45.

7. Al final del relato, Ariel, en su clase, aborda

A. un tema estereotipado, de interés común.

B. un aspecto esencial de la vida humana.

C. un tema insignificante, de poca actualidad.

D. un aspecto banal de la existencia humana.

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