RESPONDA LAS PREGUNTAS 26 A 28 DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN
NO desprecio a los hombres. Si así fuera no tendría ningún derecho, ninguna razón para tratar de gobernarlos. Los sé vanos, ignorantes, ávidos, inquietos, capaces de cualquier cosa para triunfar, para hacerse valer, incluso ante sus propios ojos, o simplemente para evitar sufrir. Lo sé: soy como ellos, al menos por momentos, o hubiera podido serlo. Entre el prójimo y yo las diferencias que percibo son demasiado desdeñables como para que cuenten en la suma final. Me esfuerzo pues para que mi actitud esté tan lejos de la fría superioridad del filósofo como de la arrogancia del César. Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese
contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error es tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee. He conocido seres infinitamente más nobles, más perfectos que yo,
como Antonino, tu padre; he frecuentado a no pocos héroes, y también a algunos sabios. En la mayoría de los hombres encontré inconsistencia para el bien; no los creo más consistentes para el mal; su desconfianza, su indiferencia más o menos hostil cedía demasiado pronto, casi vergonzosamente, y se convertía demasiado fácilmente en gratitud y respeto, que tampoco duraban mucho; aun su egoísmo podía ser aplicado a finalidades útiles. Me asombra que tan pocos me hayan odiado; sólo he tenido dos o tres enemigos encarnizados, de los cuales y como siempre yo era en parte responsable. Algunos me amaron, dándome mucho más delo que tenía derecho a exigir y aun a esperar de ellos; me dieron su muerte, y a veces su vida. Y el dios que llevan en ellos se revela muchas veces cuando mueren*.
*Tomado de Memorias de Adriano de la escritora francesa y norteamericana Marguerite Yourcenar. (Versión en castellano de Edhasa 1982). En esta célebre novela
histórica, publicada en francés en 1951 , la autora asumió la arriesgada estrategia narrativa de relatar en primera persona la historia del emperador romano Publio Elio
Adriano, quien vivió entre los años 76 y 138 de la era cristiana. La novela tiene la forma de una larga epístola en la que Adriano, ya convaleciente, cuenta a Marco Aurelio,
su futuro sucesor, los hechos más trascendentales de su vida y sus reflexiones sobre la condición humana.