La aspiración al castellano por parte de los andinos es una reivindicación suya y antigua. La Colonia tenía como política general la separación de repúblicas, una de indios y otra de españoles. Y la diferencia idiomática era una marca. A medida que transcurre el siglo XVII y entramos al siglo XVIII, diferentes voces y corrientes de opinión abogan por levantar las barreras. Unas por patriotismo ilustrado; otras por tener acceso libre a la mano de obra y a las tierras indias; y los propios indios, “huidos” y ‘forasteros” –aquellos que no viven o rechazan vivir en sus repúblicas originales– para dejar de ser tratados como indios, para ser y hablar con los otros, es decir, hablar el castellano.
Cuando los borbones decretan la castellanización –en vestido y lengua– están también accediendo a una demanda popular. Los decretos de Bolívar y nuestras sucesivas constituciones confirman tal aspiración: no más repúblicas, no más indios, mestizos, negros ni criollos; tan solo peruanos, unidos por la ley y el idioma, el castellano. El castellano es, pues, símbolo popular de la unidad republicana. El quechua, en el fondo, es percibido como un vestigio colonial. En consecuencia, un programa bilingüe puede aparentemente contradecir esta vieja vocación unitaria. Y por eso, quizá, inquiete al campesino.
El andino es un hombre práctico. Y como no percibe con claridad cuál es la ventaja palpable de que sus hijos cultiven y escriban una lengua que tan solo se habla en la comarca, un programa bilingüe debería demostrar y ofrecer ciertas ventajas tangibles para los beneficiarios.
Pregunta Nº 1
A lo largo del texto, el autor destaca, principalmente,