El conejo de la Luna Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la Luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
–¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.
–Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
–Gracias, pero yo no como zacate.
–¿Qué vas a hacer entonces?
–Morirme, tal vez de hambre y de sed.
(I) El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo:
–Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
(II)Entonces el dios acaricio al conejito y le dijo:
(III) Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti. Y lo levantó alto, muy alto, hasta la Luna, donde quedó estampada la figura del conejo.
(IV) Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
–Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.