Es necesario un Estado eficiente, como es necesario un país progresista; pero también conviene tener un pueblo en forma. Es más, no habrá verdadero Estado eficiente ni habrá país cabalmente desarrollado si el pueblo es descuidado. Nada más trágico que la suerte de unas élites refinadísimas erigidas sobre una masa primitiva. Sin necesidad de caer en el ejemplo de las élites de Francia en el s. XVIII, o de Rusia en el s. XX, bastará mencionar cómo en los momentos de amenaza internacional, esas masas no sabrán actuar con eficacia.
Los índices de natalidad y de mortalidad, los datos sobre lo que produce o consume una población y sobre lo que come, viste, lee o sueña han de suministrar, en nuestro tiempo sobre todo, las más interesantes sugerencias a las auténticas élites. Estas se hallan en el deber y bajo la responsabilidad de trazar planes para un rendimiento nacional mejor, más copioso o más racional, para la defensa biológica y psicológica de niños y de adultos, para el estímulo de la vitalidad y de la capacidad colectiva.
Pero tampoco este pragmatismo es suficiente. Al lado de él es imprescindible una comunión nacional, el enlace entre pueblos y dirigentes, territorio y población, pasado y porvenir. Por eso, el problema de la educación, por ejemplo, no es, en último término, una cuestión de porcentaje en el presupuesto, de número de escuelas, de preparación magisterial, de formulación de planes, ni de aplicación de tales o de cuales sistemas novísimos; es en el fondo un problema de actitud vital, de movilización espiritual hacia una conciencia del común destino nacional y hada una fe en lo que el país puede y debe ser.
¿Qué significa el término descuidado en el texto?