Elabora una lectura crítica del siguiente fragmento.
Esa información, lógicamente, tiene un valor, y podemos estar dispuestos a pagar por ella un precio en función de lo precisa, rigurosa o útil que nos resulte -no vamos a entrar, no obstante, a explicar detenidamente en este breve texto las diferencias conceptuales existentes entre ambos términos, valor y precio, que indudablemente tienen importantes disparidades semánticas que se deben conocer si no queremos asemejarnos al asno de este relato, como puso de manifiesto en sus Proverbios y Cantares Antonio Machado, con su popular frase que afirma que “todo necio confunde valor y precio”, pero baste con señalar que el aire que respiramos no tiene precio, pues al menos por ahora no pagamos nada por respirar, pero tiene un valor enorme pues sin él no tendríamos oportunidad de vivir-.
Por supuesto, las decisiones que son óptimas para un individuo no tienen por qué serlo para otro, aunque sean personas que se encuentren en contextos o circunstancias parecidos, cuenten con el mismo grado de información, y adopten un criterio similar para sus respectivas tomas de decisiones. Y esto es así por varios motivos. En primer lugar, los gustos o preferencias que exprese una persona entre distintos bienes pueden diferir enormemente de los que manifieste otra. Del mismo modo, la postura ante el riesgo que muestren los individuos ante situaciones semejantes puede ser muy distinta, incluso totalmente opuesta. Hay personas mucho más lanzadas que otras a la hora de acometer inversiones financieras, por ejemplo, y están dispuestas a apostar por alternativas que potencialmente pueden ser más remuneradoras y ofrecer una mayor rentabilidad, aunque sea a costa de incrementar las posibilidades de incurrir en pérdidas si la evolución de los precios de los productos en los que se plasmen esas inversiones no es la esperada. Esa postura ante el riesgo, obviamente, se ve marcada por la riqueza con la que cuenten los individuos.