Nivel 4. Analizar. 1. En el siguiente fragmento, ¿cuál es el tema y entre quiénes se plantea el conflicto?
Primer acto. Primera escena. En el palacio del Rey Lear. Entran el Conde de Kent, el Conde de Glóster y Edmundo.
Rey Lear. Quiero manifestarles mis designios, secretos hasta hoy. Denme aquel mapa. Sepan que he dividido mi reino en tres partes. Quiero descargar mi vejez de los desvelos y atenciones del mando, que confiaré a más juveniles fuerzas, para encaminarme así, aliviado de tan gran pesadumbre, hacia la sepultura. Nuestro hijo el de Cornualles y tú, no menos amado hijo, el de Albania; con firme voluntad he decidido la pública donación del dote de mis hijas para prevenir cualquier contienda en lo futuro. Los Príncipes de Francia y de Borgoña, rivales en pretender a mi hija menor, por largo tiempo hicieron en nuestra Corte, amorosa estancia, y hoy también han de hallar respuesta. Ahora, hijas mías, al abdicar la soberanía de mi reino con los productos de sus tierras, señorío de sus Estados, ¿de cuál de ustedes podré decir que es mayor el cariño, para que mi donación con mayor largueza llegue en el premio a donde el cariño en merecimiento? Gonerila, mi primogénita, habla tú primero.
Gonerila. Señor: yo te amo como no sabrían expresar mis palabras, más que a los goces todos de la vista, del espacio y de la libertad, sobre lo más precioso, rico y raro. Tanto como a la vida adornada de gracia, de salud, de hermosura y nobleza; como jamás un hijo amó a padre alguno, con amor al que es corto todo aliento, ¿toda palabra insuficiente? y cuando digas es demasiado, aun irá más allá mi cariño.
Cordelia. (Aparte.) ¿Qué hará Cordelia? Amar calladamente.
Rey Lear. De cuanto abarcan estos límites, desde esta línea a esta otra, con sus bosques umbrosos, fértiles campiñas, caudalosos ríos y dilatadas praderas, serás tú la señora. Tuyo a perpetuidad y de tu descendencia en el de Albania. ¿Qué dice nuestra segunda hija, Regania, esposa del de Cornualles?
Regania. Yo, señor, fui labrada del mismo metal que mi hermana y en su valor me estimo. La verdad de mi corazón halló en sus palabras la expresión verdadera de mis sentimientos; pero aun fueron mezquinas, que para mí son aborrecibles los goces todos que la vida pueda ofrecerme, y no sé de otra felicidad que tu cariño.
Cordelia. (Aparte) ¡Pobre Cordelia! Mas no, yo sé que mi corazón vale más que mis palabras.
Rey Lear. A ti y a tus herederos por siempre pertenezca este amplio tercio de mi hermoso reino, tan extenso, valioso y fértil como lo conferido a Gonerila. Ahora tú, mi alegría, aunque menor no menos, cuyas primicias de amor se disputan competidores, los viñedos de Francia, los prados de Borgoña, ¿qué me dirás para lograr más rica parte que la de tus hermanas?
Cordelia. Nada, señor.
Rey Lear. ¿Nada?
Cordelia. Nada.
Rey Lear. Nada, señal es de nada. ¿Qué dices?
Cordelia. Por mi desdicha no sé asomar el corazón a la boca. Mi amor a su Majestad es el que debe ser, ni más ni menos.
Rey Lear. ¿Qué dices, Cordelia? Ten cuidado con tus palabras, que pudieran anegar tu dicha.
Cordelia. Bondadoso señor: me diste vida, subsistencia y cariño; correspondo a cuanto te debo como es justo; te obedezco, te amo y te honro sobremanera. ¿Por qué tienen mis hermanas marido si te amaban sobre todo en el mundo? Ciertamente, cuando yo me case, el dueño que reciba mi mano en prenda de mi fe, llevará con ella la mitad de mi corazón, la mitad de mis obligaciones y de mis deberes. Nunca me casaría yo como mis hermanas si amara a mi padre más que a nadie en el mundo.
Rey Lear. Pero ¿siente tu corazón lo que dice?
Cordelia. Sin duda, padre mío.
Rey Lear. ¡Tan joven y tan desalmada!
Cordelia. Tan joven y tan verdadera.
Rey Lear. Bien está; sea la verdad tu dote, pues, por los divinos resplandores del sol, por los misterios de Hécate y de la noche, por el girar de los astros que rigen nuestros destinos desde el nacimiento hasta la muerte, desde ahora reniego de toda paternal obligación contigo. Rotos quedan los vínculos de la sangre, y como extraña a mi corazón y en mi vida abomino de ti por siempre. ¡El bárbaro escita y el que despedaza a sus hijos para devorarlos, antes hallarán acogida y piedad en mi regazo que tú la que fue mi hija!
William Shakespeare, El rey Lear.