"Cualesquiera que sean nuestras penas o nuestras alegrías y la agitación del mundo, nuestros órganos apenas si varían su ritmo interior. Los cambios químicos de las células y de los humores continúan imperturbables. La sangre late en las arterias y corre a una velocidad casi constante por los innumerables capilares de los tejidos. Existe una notable diferencia entre la regularidad de los fenómenos que se producen dentro de nuestro cuerpo y la extraordinaria variabilidad de nuestro medio ambiente. Nuestros estados orgánicos son muy estables. Pero su estabilidad no equivale a un estado de reposo o de equilibrio. Se debe, por el contrario a la incesante actividad de todo el organismo. Para mantener la constancia de la composición de la sangre y la regularidad de su circulación, se requiere un número inmenso de procesos fisiológicos. La tranquilidad de los tejidos está asegurada por medio de los esfuerzos convergentes de todos los sistemas funcionales. Y cuanto más violenta e irregular es nuestra vida, mayores son los esfuerzos. Porque la brutalidad de nuestras relaciones con el mundo cósmico no debe nunca turbar la paz de las células y de los humores de nuestro mundo interior”.
La idea central del artículo es