Será bueno considerar cuál es el valor de la filosofía y por qué debe
ser estudiada. Es tanto más necesario considerar esta cuestión ante el
hecho de que muchos, bajo la influencia de la ciencia o de los negocios
prácticos, se inclinan a dudar que la filosofía sea algo más que una
ocupación inocente, pero frívola e inútil, con distinciones que se quiebran
de puro sutiles y controversias sobre materia cuyo conocimiento es
imposible.
Pero ante todo, si no queremos fracasar en nuestro empeño, debemos
liberar nuestro espíritu de los prejuicios de lo que se denomina
equivocadamente “el hombre práctico”, en el uso corriente de la palabra,
es el que solo reconoce necesidades materiales, que comprende que
el hombre necesita de alimento del cuerpo, pero olvida la necesidad
de procurar un alimento al espíritu. Si todos los hombres vivieran
bien, si la pobreza y la enfermedad hubieran sido reducidas al mínimo
posible, quedaría todavía mucho que hacer para producir una sociedad
estimable; y aun en el mundo actual los bienes del espíritu son por lo
menos tan importantes como los del cuerpo. El valor de la filosofía debe
hallarse exclusivamente entre los bienes del espíritu, y sólo los que
no son diferentes a estos bienes pueden llegar a la persuasión de que
estudiar filosofía no es perder el tiempo. El hombre que no tiene ningún
barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan
del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su
país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación
ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre, el
mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio; los objetos habituales
no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son
desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a
filosofar, hallamos por el contrario (...), que aun los objetos más ordinarios
conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas
muy incompletas.
La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera
respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas
posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la
tiranía de la costumbre. Así, al disminuir nuestro sentimiento de certeza
sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento
de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo, algo arrogante de los
que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y
guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos
familiares en un aspecto no familiar...
Tomado y adaptado de: Russell, Bertrand (1991). Los problemas de la
filosofía. Trad. de Joaquín Xirau. Barcelona, Labor
De los siguientes fragmentos, el que mejor describe la tesis principal
del texto es: